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LA RELIGIOSIDAD POPULAR
A todo el clero, personas consagradas, catequistas profesores y todos los fieles en general
Es el Espíritu Santo quien vivifica a la Iglesia (Jn 6,63; 8,38-39) y da la comprensión y comunica el siendo y la vivencia de la Palabra que Él mismo inspiró "por nuestra salvación" (Vaticano II, Dei verbum, n. 11).
El Paráclito actúa en la Iglesia suscitando los dones y los carismas y guiando al pueblo cristiano a la verdad plena.
Por ello, al hablar de la religiosidad popular, no debemos desconocer la acción del Espíritu y la acción interna de la gracia en las almas. No podemos considerarla una forma de vivir la fe cristiana de segunda categoría para personas poco formadas o débiles en la fe.
Así la define la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida (nº 263): “Es una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico y las necesidades más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos que, no por eso es menos espiritual, sino que lo es de otra manera”.
Asegura que “es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sanarse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros (…) una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe” (Ibíd. 264).
El ella brilla la acción evangelizadora de nuestros antepasados y se expresa “de acuerdo con las condiciones de los tiempos y lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles” (Vaticano II, Lumen Gentium, 66).
Diversas son las manifestaciones de religiosidad popular: celebraciones del Señor, especialmente de Cristo sufriente, recepción de los sacramentos, manifestaciones de la devoción mariana y de los santos, novenas, romerías y peregrinaciones, procesiones, celebraciones patronales, devociones populares: rosario, viacrucis y otras oraciones, imágenes, estampas, las velas, las promesas…
La realidad diocesana
Tenemos que reconocer que gran parte de la pastoral diocesana se ha de ocupar de la religiosidad pastoral. Poseemos muchos santuarios, y cada vez más. A ellos acuden muchos millares de personas. Las comunidades de campo cobran vida precisamente en las fiestas patronales, cuando vienen los fieles que ya se han instalado en otras ciudades.
La piedad popular es una gran riqueza y una oportunidad grande para la evangelización. Al mismo tiempo, somos conscientes de las deficiencias y de los peligros que pueden amenazarla y restarle eficacia.
Ya en la exhortación apostólica Evangelii nutinandi (8/12/1975), el Beato Pablo VI (que, según informó el Papa, será canonizado este año) señala ocho medios de evangelizar: el testimonio de vida, una predicación viva, la liturgia de la Palabra, la catequesis, los medios de comunicación social, el contacto personal, la función de los sacramentos y la piedad popular.
Y hablando de esta última dice: “La llamamos gustosamente “piedad popular”, es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad” (EN, 48).
Destaca que “es una oportunidad extraordinaria para llevar el Evangelio a muchos hombres. Seria grava no aprovechar oportunidades tan magníficas que nos ofrecen las manifestaciones de la religiosidad popular (…) se descubren en el pueblo expresiones particulares de la búsqueda de Dios y de la fe”.
Resalta sus valores cuando está bien orientada:
1) “Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer”.
2) “Hace capaz de generosidad y de sacrificio hasta el heroísmo cuando se trata de manifestar la fe”. (Pensemos en las peregrinaciones y otras obras de penitencia).
3) “Comporta un hondo sentido de los atributos de Dios; la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante” (con frecuencia a través de la protección de la Virgen María y de los santos).
4) “Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en quienes no poseen esa religiosidad:… paciencia, siendo de la cruz en la vida cotidiana, desprendimiento, aceptación de los demás, devoción…”
Y añade que “la religiosidad popular tiene sus límites”. Y señala:
1) “Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión” (por ejemplo, a cierta apariencia de superstición o magia, y hará falta saber discernir lo auténtico de lo falso).
2) “Se puede quedar frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales. Sin llegar a una verdadera adhesión de fe”. Es el peligro de la desconexión entre el culto y la vida.
3) Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial. (Sobre todo, si alguna vez alcanzara rasgos de fanatismo que rompan la comunión eclesial). No es difícil para nosotros descubrir estas limitaciones, deformaciones o peligros en nuestro medio:
a) El abuso del alcohol con las consecuencias que arrastra.
b) Un cierto fanatismo en algunas “costumbres”, por el simple hecho de
“siempre se hizo así”.
c) La tendencia a concebir las bendiciones con agua bendita con sentido mágico, supersticioso (“si me mojó el agua o no”), sin comprender su auténtico significado.
d) La poca preparación espiritual de las hermandades o cofradías, de algunos cargontes a la hora de asumir su responsabilidad.
e) La colocación de velas en lugares inapropiados.
f) La contaminación materialista de la festividad religiosa, a veces sin respetar los espacios religiosos que protegen la oración de los fieles.
¿Qué tareas nos esperan?
1. Apreciar la religiosidad popular y reconocer sus valores. Huir de la tentación de sentirnos élite que desprecie las manifestaciones de la fe del pueblo, que es la de la Iglesia. Reconocer la acción del Espíritu que “sopla donde quiere” (Jn 3, 8), y dar gracias a Dios por ello.
2. Evangelizar es infundir un espíritu nuevo, imbuir la piedad popular del espíritu del Evangelio, del mensaje de Jesús. Una predicación kerigmáca, que vaya al anuncio esencial del contenido de la fe. Las predicaciones programadas y preparadas de la fiesta, de la novena
–quizá de la octava- dan ocasión para ello.
3. Catequizar a niños y adultos, a los que han de recibir los sacramentos, a las hermandades o cofradías, asociaciones o grupos y a los que han de recibir el cargo, la responsabilidad de organizar la fiesta. Que no falte la catequesis mistagógica, la explicación de cada uno de los ritos de la celebración y también del significado de los diversos sacramentales. Explicar el sentido de las bendiciones, del agua bendita, de las imágenes, de las velas, el valor espiritual de las peregrinaciones, de Las ofrendas, etc. Una catequesis práctica que provoque la piedad sincera y un cambio de vida. En cuanto a la administración de los sacramentos, es verdad que son días especialmente cargados de trabajo. Habrá que buscar colaboración de personas preparadas, pero hemos de hacer todo lo posible para no defraudar las expectativas de los que desean recibir los sacramentos en estos días.
4. Corregir y orientar lo que convenga. No todas las costumbres son legítimas. Las hay que son desviaciones de la verdadera piedad. El argumento de que “siempre se hizo así” no siempre es válido. Por poner un pequeño ejemplo material: las velas no deben encenderse en lugares inadecuados, de manera que ensucien o malogren las obras de arte o atenten contra la higiene. Se aconseja tener lugar adecuado cercano al templo.
5. Adaptarse y respetar los niveles de formación. Así, los Padres de la Iglesia, en su tiempo, han escrito obras dedicadas a la catequesis de los menos formados. (Por ej. el “De catechizandis rudibus” de San Agustin) y las normas del Derecho también tenían en consideración estas circunstancias…
Pastoral de conjunto: La necesaria coordinación y programación
En una verdadera pastoral de conjunto, los sacerdotes (y también los demás agentes pastorales) han de prepararse para estas fechas, para las fiestas y atención de los santuarios. Ha de procurarse un número suficiente de sacerdotes para atender el sacramento de la Penitencia o para la celebración de las misas. Buscar las personas consagradas o laicos que colaboren en la liturgia, en el canto, en las catequesis, en mantener el orden, en atender los despachos… Las coordinaciones es preciso hacerlas también con las hermandades, cofradías o los cargontes…
Temas de la Catequesis
La preparación de las fiestas, especialmente durante las novenas (y octavas, si las hay) es una ocasión muy buena para evangelizar –de forma kerigmática- y para exponer los temas ordinarios de la catequesis, pero de forma especial, sobre los sacramentos y los sacramentales –que se reciben con motivo de esas celebraciones-. Sobre el Bautismo, sus efectos y compromisos que conlleva; sobre la Confirmación, que refuerza el Bautismo; sobre el sacramento de la Reconciliación: el sentido de pecado y la misericordia de Dios; la Eucaristía como centro de la vida cristiana; la Santa Unción y todo lo que hace referencia al cuidado de los enfermos; el Matrimonio y sus propiedades, la vida de la familia; su belleza y exigencias.
Será muy oportuno hablar de las diversas vocaciones: sacerdotales, religiosas y laicales.
Es una ocasión espléndida para hacer catequesis mistagógica (la explicación de los diversos ritos y signos usados en los sacramentos) y dar a conocer la historia sagrada, los principales hitos de la historia de la salvación y las nociones fundamentales de la liturgia sagrada: el año litúrgicos, los diversos pos de celebraciones, las partes de la misa, etc.
Los sacramentales
Los sacramentales son “signos sagrados creados por la Iglesia según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se signitifican efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se sanfican las diversas circunstancias de la vida” (SC, 60). Adquieren su eficacia (la concesión de gracias actuales) por la intercesión de la Iglesia y su función mediadora. Los más apreciados en la religiosidad popular son las bendiciones con agua bendita, las proceciones, peregrinaciones y jubileos. Dice la constitución sobre la Sagrada Liturgia del Vacano II, “La liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que los fieles bien dispuestos sean sanficados en casi todos los actos de la vida, por la gracia divina que emana del misterio pascual...Y hace también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios” (nº 61).
El culto a las imágenes:
Pese a la machacona ofensiva de las sectas religiosas, nosotros sabemos que una imagen no ene nada que ver con el culto a los ídolos prohibido por el Señor en el Antiguo Testamento (Cfr. Dt 4,15-16). Sabemos que sólo a Dios se debe la adoración, pero que el honor dado a una imagen se dirige a quien la imagen representa, no a la imagen en sí (como pasa con la estatua de un héroe nacional y la fotografía a de un ser querido). La Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vacano II, nº 125 nos dice: “Manténgase firmemente la práctica de exponer en las iglesias imágenes sagradas a la veneración de los fieles; hágase, sin embargo, con moderación en el número y guardando entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza en el pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa”. También nos habla el Concilio del cuidado del valor artístico e histórico de las mismas. También podrían ser restauradas o incluso retiradas (con la debida prudencia) aquellas que no son dignas o, por su estado, ya no representan lo que en un principio se quiso representar.
Vale la pena atender a la recomendación de la moderación en el número. Un templo no puede ser un almacén de imágenes ni un museo. Hay también un orden claro: imágenes del Señor, de la Virgen María, de san José y de los Patronos, etc.
El criterio de dignidad, sobriedad, sentido artístico y utilidad es muy necesario cuando se trata de vestidos y otros adornos o de regalos que hacen al templo o al culto. Habrá que orientar y formar a los fieles con tiempo y paciencia.
En todo caso y en primer lugar, hemos de orientar a los fieles hacia la Eucarística. El Sagrario y el altar como principal punto de referencia en cualquier templo o santuario.
Las velas y las flores:
Los cirios encendidos tienen un claro sentido pascual, como bien expresa el pregón pascual o la liturgia bautismal. Significa la luz de Cristo resucitado. Cristo es la luz del mundo y los discípulos de Cristo hemos recibido su palabra: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos (Mt 5,14-16).
La vela encendida también puede ser un signo de la oración e intenciones de los fieles. Por ello debe haber un sitio adecuado para colocarlas que resulte higiénico y que no perjudique mi ahúme las paredes, los techos y las obras de arte. (No podremos olvidar el día triste en que nuestra venerada imagen de la Virgen de Cocharcas fue pasto de un incendio).
Tampoco el mejor criterio es el de la candad, sino la calidad: hay velas de cera de abeja –cuyas alabanzas canta el pregón pascual- y otras de grasa animal. Sobre todo, ha de procurarse que las que están en el altar sean las más dignas. (La Tradición litúrgica establece dos velas encendidas para las memorias o las ferias ordinarias, cuatro para las fiestas, seis para los domingos y solemnidades. Se suele añadir una más (7) para las que son presididas por el obispo).
También sobre los adornos florales importa mucho el criterio de la higiene y el buen gusto. Pero, sobre todo, el distinguir los tiempos litúrgicos.
Los tiempos de Cuaresma y Adviento (con sentido penitencial) han de ser muy sobrios y parcos en la colocación de flores. Discreto en el tiempo ordinario y más festivo y florido en los tiempos de Navidad y Pascua.
El agua bendita:
Merece una mención aparte el uso del agua bendita.
“De larga experiencia he aprendido que no hay nada como el agua bendita para poner en fuga a los demonios y evitar que vuelvan nuevamente. El agua bendita debe tener gran virtud. Por mi parte, siempre la llevo, con ella mi alma siente un particular y muy notable consuelo” (Santa Teresa de Ávila). Su uso nos recuerda nuestro bautismo y las promesas que en él hicimos y sirve como exorcismo y purificación. Las promesas bautismales incluyen renunciar a Satanás y rechazar el pecado. Bueno sería recordar a los fieles con frecuencia esta realidad al usar agua bendita.
El agua bendita, como un sacramental, recibe su poder a través de la oración y la autoridad de la Iglesia, expresada en la bendición del agua por el sacerdote, que contiene oraciones de exorcismo. Con ella se puede expulsar demonios y sanar a los enfermos.
La liturgia bautismal es también una de las partes de la gran vigilia pascual y ene el eco más genuino en las bendiciones impartidas dentro de los actos litúrgicos. Una de las posibles formas del acto penitencial es la bendición y aspersión al pueblo con agua bendita.
Es bueno recordar las posibles formas de usarla fuera de la liturgia:
1.- Bendecirse a uno mismo.
Por ejemplo, al hacer la señal de la cruz con ella cuando entramos al templo. La tradición ha transmitido la loable costumbre de tener una pila de agua bendita a la entrada de los templos. Donde esto se pueda tener con las debidas condiciones higiénicas de renovación etc., debe mantenerse. Pero también es bueno utilizarla todos los días. Tener un poco de agua bendita en la casa es una gran idea para que un cristiano o su familia puedan usarla para bendecirse en el hogar. Es costumbre antigua usarla para bendecir –con unas gotas- la habitación y la cama cuando vamos a descansar, aprovechando para hacer, antes de acostarnos, la señal de la cruz. También se podría usar al salir de casa.
2.- Bendición de la casa.
Es costumbre cristiana bendecir la casa con agua bendita. La casa el lugar de la iglesia doméstica (la familia) y también necesita protección espiritual. Lo puede hacer uno mismo o bien pedirle a un sacerdote que la bendiga.
3.- Bendición de la familia.
Se puede usar el agua bendita para orar y hacer la señal de la cruz sobre el cónyuge y los hijos antes de ir a dormir por la noche. Ayuda a la unión de la familia entre sí y con Dios.
4.- Bendición del lugar de trabajo.
Es bueno rociar el espacio de trabajo con agua bendita, no sólo para protección espiritual mientras desempeñas tus labores, sino también para sanficar tu trabajo diario para la gloria de Dios.
5.- Bendición de los carros.
Es otra costumbre rociar con agua bendita los vehículos para mantenerse a salvo del peligro, cuando se utiliza con fe y confianza en Dios. De hecho, también puede pedirse a un sacerdote que lo haga. Los que ya se han bendecido una vez no necesitan más bendiciones, pero sí es conveniente rezar una pequeña oración si vamos a manejar o a viajar en algún transporte.
6.- Bendición de los enfermos.
Es una obra corporal y espiritual de misericordia visitar y cuidar a los enfermos en un hospital o asilo de ancianos o en la casa de familia. Lo más importante, cuando se trata de enfermedad grave o ancianidad, es procurar que el sacerdote le ponga la Santa Unción. Y cuando se lleva el Viático o la Comunión a los enfermos, se comienza por rociar con agua bendita la habitación. Nada impide que un familiar, vecino o amigo pueda bendecir a enfermos o ancianos.
7. Otras posibles bendiciones: Deben ser bendecidos los objetos religiosos que usamos: imágenes, cuadros, rosarios, medallas, la corona de adviento. Al uso de estos objetos bendecidos suele la Iglesia aplicar indulgencias.
La forma más sencilla de bendecir es “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Otra pequeña oración para usar el agua bendita podría ser: “Esta agua bendita sea para nosotros salud y vida”. O bien: "Por esta agua bendita y por tu Preciosa Sangre, lava todos mis pecados, Señor. Amén". En todo caso, el agua ya fue bendecida por la oración de algún sacerdote.
Las peregrinaciones y romerías
Desde muy antiguo existen en cristianismo y en otras religiones. Nos recuerda nuestra condición de peregrinos hacia la patria celeste y que estamos en este mundo de paso. La peregrinación en grandes o pequeños grupos hacia un santuario, entendida como un momento de expiación de los pecados o como acción de gracias por los favores recibidos, es una expresión de fe que puede fomentarse o conservarse donde ya existe. Ha de distinguirse claramente de una excursión cualquiera, por el contenido religioso, la escucha de la palabra de Dios, los tiempos de oración, de preparación para recibir con fruto el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía, el rezo del Santo Rosario, del Viacrucis, los cantos religiosos u otras prácticas de piedad.
Las procesiones
Las procesiones son una manifestación de fe. Los fieles, en camino, expresan alabanza, agradecimiento y súplica cortejando una imagen o símbolo religioso, incluso al mismo Señor de Señores presente en la Eucaristia. Son, además, un gran instrumento de evangelización y una expresión de la Iglesia peregrina.
En la Escritura encontramos al Pueblo de Israel peregrinando por el desierto y portando el Arca de la Alianza (Ex 25,10 y ss.; Núm 9, 17-18). Procesión es también la entrada solemne de Jesús en Jerusalén montado en un asno (Mt 21,9). Desde el siglo IV, cuando la Iglesia consiguió la libertad, existen estas manifestaciones piadosas. Más todavía se generalizaron desde el concilio de Trento.
Tendrán los pastores que echar mano de toda la experiencia y prudencia –que es también fortaleza- y de la habilidad pastoral a la hora de organizar, corregir lo que sea preciso y dignificar las procesiones.
Las Hermandades y Cofradías y los Cargontes, Alferados o Mayordomos.
En muchas parroquias o santuarios existen cofradías o hermandades: la unión de un conjunto de devotos para el desarrollo de actividades vinculadas a la advocación. Estas cofradías deben de tener el aval de los párrocos o responsables de los santuarios. Conviene que a los actos de culto que organizan se una alguna obra de caridad que pueden patrocinar durante el año o con motivo de la fiesta. Deben estar erigidas canónicamente y, a poder ser, también civilmente, lo cual le da el reconocimiento para que realicen las diversas actividades. Algunas se han empobrecido por la edad o la falta de renovación. Convendrá que den cabida a personas más jóvenes capaces de asumir las diversas responsabilidades. También para ellas, como para los grupos apostólicos y parroquiales debe haber una especial atención pastoral (reuniones, jornadas, retiros). Han de ser escuelas de oración, de formación cristiana, de apostolado y de caridad.
Por ello, sería muy oportuno establecer que los cargontes, alferados o mayordomos de las fiestas se entrevisten con el párroco y se inscriban en la parroquia antes de hacer público su encargo (como suele hacerse al término de las procesiones). De esa forma, podrá el sacerdote ponerle al tanto de las condiciones que se requieren y de las obligaciones que le competen. Tradicionalmente se considera que han de ser católicos de buena fama que den testimonio de fe y moralidad pública. (Por ejemplo, no ser convivientes ni corruptos, ni vinculados al narcotráfico… etc.).
Su participación en la organización de la festividad implica un compromiso religioso y es una forma de apostolado en colaboración con la jerarquía de la Iglesia, con la que ha de coordinar y a la que ha de secundar. No les ha de faltar tampoco la debida atención espiritual. Ojalá sea oportunidad, con su concurso y apoyo, de mejorar e implementar mejor los lugares de culto, incluso –donde sea posible- en apoyar alguna obra de caridad o de apostolado de la Iglesia.
La inculturación de la fe y las costumbres
Los santuarios y fiestas están rodeados, con frecuencia, de expresiones y costumbres que muestran que la fe se encarnó en el pueblo y se ha hecho cultura. Quiero recoger unas palabras de San Juan Pablo II sobre la inculturación de la fe:
"De la catequesis, como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significavas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto (cf. Rm 16, 25; Ef 3, 5) y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento crisanos".
Esta tarea no es fácil, pero es ayudada por el Espíritu Santo.
“Es preciso predicar a los hombres de todas las culturas el Evangelio, es decir, el misterio de la salvación que Cristo confió a la Iglesia. Las naciones que se convierten a Cristo y se adhieren a él en la fe son "bautizadas", esto es, son confirmadas en su identidad más auténtica y, al mismo tiempo, quedan penetradas por la inspiración vivificante de la fe, hasta el punto de que el don de la gracia, custodiado en corazones humildes y dóciles, se hace gradualmente parte de la vida personal, familiar y social: es decir, se transforma en cultura critisana”. (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de noviembre de 1979, p. 11).
Esto es lo que ha sucedido en nuestro pueblo, pero, con el paso del tiempo, la falta de clero o de atención pastoral, se han infiltrado otros modos de hacer que no están acordes con el Evangelio. Muchas veces algunos fieles argumentan que “es la costumbre”, que “siempre se hizo así”, pero, en realidad, son deformaciones de las costumbres cristianas. Por ejemplo, la difusión del alcoholismo, ciertos modos de vestir, algunas supersticiones o negocios indebidos y fuera de lugar…
El abuso de alcohol:
Tenemos que luchar para preservar las fiestas religiosas de la lacra del alcoholismo. Buscaremos la colaboración de las autoridades, de las cofradías o hermandades y de otros voluntarios –tal vez procedentes de los grupos apostólicos-.
El comercio, los vestidos, los teléfonos móviles, fotógrafos:
No podemos menos de recordar al Señor haciendo un lágo y expulsando del templo a los mercaderes (Mc 11,15-18). Y es preciso que los fieles se convenzan de que se ha de preservar el lugar sagrado y los atrios y lugares pertenecientes al templo de todo comercio. Lugares habrá en las inmediaciones donde no interrumpan los actos de culto.
El lugar sagrado y los actos de culto, y aún más la recepción de los sacramentos exige de los participantes una vestimenta adecuada, que no atente contra la moral, tales como minifaldas, prendas caladas o transparentes, escotes pronunciados. Se han de evitar las prendas de cabeza (salvo el velo de las mujeres) en los interiores del templo y en actos de culto, como las mismas autoridades saben exigir durante el canto del himno nacional. Dígase lo mismo del uso de los teléfonos celulares durante las ceremonias litúrgicas y piadosas. En cuanto a los fotógrafos que trabajan durante el oficio de los sacramentos, sepamos orientarlos y ubicarlos donde no ocasione desorden ni distracción. Y, como ha hecho el Papa Francisco, advertir a los fieles sobre la atención que se debe poner en los actos de culto, evitando la distracción de estar tomando fotografías. Será una labor lenta. Es mejor formar y convencer que simplemente prohibir.
La preparación de los sacramentos, las novenas, avisos escritos y programas de radio son ocasiones adecuadas para educar en este sentido.
ntenciones más urgentes para este Año Santo:
En la diócesis estaremos en Año Santo Mariano desde el 8 de septiembre del presente 2018 hasta el 8 de septiembre del 2019. Las necesidades más urgentes de la diócesis –y también de toda la Iglesia- son la sanfiticación del clero (y que se pare la sangría de las defecciones sacerdotales) y la petición al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Estas plegarias tienen que estar continuamente en nuestro corazón y en nuestros labios y en los de nuestros fieles. Y la oración será más eficaz si va unida de sacrificio y de obras de caridad y misericordia.
“La unión hace la fuerza”. Es muy conveniente y edificante para los fieles el ver al clero unirse en un mismo empeño. Por tanto, repito que es urgente que los sacerdotes – especialmente los de la zona pastoral- sepan ponerse de acuerdo y coordinar la ayuda que pueden prestar en la atención de santuarios y fiestas patronales, sobre todo, para la celebración de misas, atención del confesonario, predicaciones, etc.
En esta carta pastoral se expusieron algunas reflexiones y líneas maestras que deben regir la pastoral a la hora de aprovechar esta fuerza y oportunidad que supone la religiosidad popular. Pero será ocasión para que todos –en los diversos encuentros de formación permanente-, a través del diálogo y puesta en común de experiencias pastorales, profundicemos más en el tema y lleguemos a muchas conclusiones prácticas.
En Abancay, a 22 de febrero, del 2018, Fiesta de la Cátedra de San Pedro.
Con mi bendición
+Gilberto Gómez González
Obispo