Homilía en la toma de Posesión

Saludo al Arzobispo metropolitano de Cuzco y a todos los Obispos que han querido acompañarme con su oración y su aliento. Efectivamente, los obispos, sucesores de los Apóstoles formamos, bajo el Papa, un Colegio, y estamos unidos en la solicitud por la Iglesia Santa. Sé que el obispo nunca está solo, que está siempre y continuamente unido a sus hermanos en el episcopado y al Sucesor de Pedro.

Permítanme saludar, especialmente, a Monseñor Isidro, a quien agradezco en nombre propio y en nombre de toda la diócesis su dedicación misionera, amorosa y entregada, de 40 años -23 como obispo. Él ha sido mi padre y maestro en estos siete años como obispo auxiliar a su lado.

Saludo a Mons. José Luis López-Jurado, Vicario regional del Opus Dei, a quien agradezco la atención espiritual que la Obra me presta a mí, como a otros sacerdotes de la Sociedad Sacardotal de la Santa Cruz.

Saludo agradecido a los sacerdotes: a los que han venido de fuera y a los que en esta viña del Señor- en Abancay o Andahuaylas, Aymaraes o Chincheros- “soportan el peso del día y del calor”. Ustedes son mis más estrechos colaboradores, “mi alegría y mi corona”.

Saludo a las religiosas y religiosos, indispensables en la misión, testigos de la presencia viva de Dios en medio de su pueblo.

A los seminaristas, futuros sacerdotes, esperanza y porvenir de la diócesis. A la formación de sacerdotes he dedicado 28 años de mi vida. El seminario será, ciertamente, “la niña de mis ojos”

Saludos a Juan y Tere, mis queridos sobrinos, y a Enrique y Ana , hermanos y papás, a la vez.

Y a Todos ustedes mis queridos hermanos presentes de todas las parroquias de nuestras cuatro provincias, miembros de los grupos apostólicos y cofradías; padres de familia, jóvenes, abuelos y niños, que están representando a la grey que debo apacentar.

El día 20 de Junio, fiesta del Corazón Inmaculado de María, se hizo pública la noticia de mi nombramiento como Obispo de Abancay. Nuestra vida está en manos de la Providencia del Buen Dios. Hemos de cumplir la voluntad de Dios y “servir a la Iglesia como ella quiere ser servida” . Escribí al Santo Padre agradeciendo la confianza que pone en mi débil e indigna persona. La tarea es muy superior a mis fuerzas.

Adeamus cum fiducia

Hace siete años adopté como lema episcopal aquellas palabras de la carta a los Hebreos: “Acerquémonos con confianza al trono de la gracia para hallar misericordia y el auxilio de la gracia en el tiempo oportuno”( Hbr 4,16).

Mi confianza está puesta en el Cielo. “Levanto los ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El Auxilio me viene del Señor que hizo el Cielo y la tierra.”(Sal 120) “A ti levanto mis ojos, a Ti que habitas en el Cielo, a Ti levanto mis ojos porque espero tu misericordia”. Quise poner la Cruz de Santiago no tanto para recordar mi Galicia natal, sino el Possumus pronunciado por los hijos de Zebedeo(“ ¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber y ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? –Podemos”), Consciente de mi debilidad y sin saber todo lo que me espera, con los ojos puestos en Cristo, los invito a todos ustedes –sacerdotes y fieles- a decir con esa humildad y confianza, ante los desafíos que nos esperan: Podemos.

“¿De dónde me vendrá el auxilio?”

De lo alto. Espero la misericordia divina a través de la Reina y Madre de misericordia – nuestra Señora de Cocharcas. Cuento con la intercesión de los santos Apóstoles y de esos grandes pastores de la Iglesia, obispos y sacerdotes, como Santo Toribio o san Juan MariaVianney o San Josemaría, También de aquellos pastores fieles y ejemplares en el servicio de la Iglesia como don Álvaro o don Enrique Pélach, sepultado en esta catedral, a quien todos recordamos con tanta veneración. También –¿cómo no?- al P- Leopoldo y P- Eliseo y otros buenos pastores de la diócesis que nos han precedido.

Monseñor Enrique contaba que cuando le propusieron ser obispo de Abancay, se fue al Sagrario muy preocupado, dándole vueltas y vueltas, hasta que escuchó una voz que le dijo: “Tonto, tú eres instrumento”.

Pera ser buen instrumento, además del auxilio de lo alto, pongo también mi confianza en el auxilio de abajo: de ustedes, mis hermanos obispos, que me sabrán ayudar y corregir; de ustedes, sacerdotes de Abancay, que son la gran riqueza de esta diócesis. Sólo confiando en ustedes podía aceptar la carga pastoral.

Apoyándome también en la fidelidad de las religiosas y religiosos, en su testimonio de vida entregada, y en el de todos los fieles laicos que ofrecen cada día el sacrificio de su vida.

La prioridad

No es necesario diseñar un nuevo programa de pastoral. El Papa junto con los Obispos Latinoamericanos nos lo han entregado ya en Aparecida: La misión continental, un estado de misión permanente, en dos palabras: una nueva evangelización. Efectivamente, se nos propone ser “discípulos y misioneros” de Jesús, que eligió a sus discípulos: “para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”.

Así pues, ¿cuál es la prioridad? La prioridad es que vuestro obispo sea santo, que –como recuerda San Pablo a Timoteo- “practique la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza” (1Tim 6,11) (No tendría sentido venir a esta linda tierra o permanecer en ella con otro objetivo) Buscar la santidad con todas las fuerzas. Esa búsqueda está, en primer lugar, en buscar el rostro de Cristo en la oración. Sólo así podré tener los sentimientos del buen Pastor para gobernar con “suavidad fortaleza”. “Señor de Misericordia, dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y demasiado pequeño para conocer lo que es justo” "Envía la Sabiduría para que me asista en mis trabajos y llegue a saber lo que te es grato” (Sab 9). Ayúdenme a mantener los brazos en alto en la oración asidua. Ayúdenme a no recibir la Cruz con resignación, sino a salir a su encuentro y abrazarla con amor y alegría. Ayúdenme a andar tras los pasos del Buen Pastor, “delante de las ovejas” con el ejemplo, a “entrar por la Puerta de las ovejas”, que es Cristo, a conocerlas una a una, a buscar a la descarriada…Ayúdenme a ser fiel a esta esposa, la iglesia particular con que he sido desposado. Permítanme decir aquella plegaria encendida de San Josemaría: “Señor, hazme santo, aunque se a palos”

¿Cuál es la segunda prioridad?

Que nuestros sacerdotes sean santos

La víspera de mi nombramiento comenzaba el Año Sacerdotal, en el que con todo empeño nos vamos a centrar, con nuestra mirada en el ejemplo del santo Cura de Ars. Sabemos que “el sacerdote tibio es el gran enemigo de las almas”. Hemos de “reavivar el don de Dios que hemos recibido por la imposición de manos” "Imitánimiquodtractatis" – nos dijo el Obispo el día de la ordenación-, Imita lo que ofreces. Sacerdotes centrados en la Eucaristía, que sepan ofrecer la Eucaristía y ser ellos mismos Eucaristía. En efecto, nosotros hacemos la Eucaristía y la Eucaristía nos hace. El Santo Cura nos anima a “ofrecernos cada mañana en sacrificio” para que seamos sacerdotes a la medida del Corazón de Jesús.

De igual modo, nosotros hacemos la oración y la oración nos hace a nosotros. Sacerdotes que recen y trabajen. Sólo si oramos, tendremos espíritu sacerdotal –obedientes, castos, limpios de corazón, con celo por las almas. Y entonces no tendremos miedo a la pobreza porque “las cosas no salen por falta de medios, sino por falta de espíritu”. Este espíritu es fruto del Espíritu con mayúscula, el Espíritu Santo, que recibimos el día de nuestra ordenación. Lo pido para ustedes y para mí, queridos sacerdotes en este Año Sacerdotal..

El Espíritu es fruto de la Cruz . La Cruz nos ha engendrado y la Cruz nos espera, pues venimos al Calvario y no al Tabor: nos espera sufrir con alegría. Quisiera recordar al Santo Padre en aquella conversación sin papeles con los sacerdotes de la diócesis de Aosta en su breve periodo de vacaciones en julio del 2005: “Yo también sufro. Pero todos juntos queremos, por una parte, sufrir con estos problemas y, sufriendo, transformar los problemas, porque el sufrimiento es precisamente el camino de la transformación y sin sufrimiento no se transforma nada (….) Tenemos que tomar en serio estas dificultades de nuestro tiempo y transformarlas sufriendo con Cristo, y así transformarnos nosotros mismos”. Él también nos ha recordado que “apacentar quiere decir amar y amar quiere decir también estar dispuesto a sufrir”. Volvamos a decir ustedes y yo con el Apóstol: “Podemos”.

Hemos de estar unidos, cumpliendo el deseo ardiente de Jesús: “Que todos sean uno”. Sé que el Obispo debe ser principio de unidad. Les invito a que juntos vivamos la pasión por la unidad, viviendo una profunda espiritualidad de comunión afectiva y efectiva.

Si los pastores nos empeñamos en nuestra santidad, la santidad de los demás fieles nos vendrá por añadidura: nuestros templos - algunos tan humildes como el portal de Belén en nuestras comunidades- serán escuelas de oración; afrontaremos la pastoral familiar y nuestras familia se formarán en la vida cristiana y serán unidas, “hogares luminosos y alegres” que respeten la vida desde la concepción hasta la muerte natural; y la pastoral juvenil: nuestros niños y jóvenes serán limpios y generosos, y el Señor pondrá en algunos sus ojos para llamarlos al sacerdocio y a la vida religiosa; y los más –que recibirán la vocación matrimonial- aprenderán a vivir un amor hermoso en la castidad en su noviazgo.

Si los pastores buscamos la santidad, tendremos a los más pobres y necesitados como especialmente confiados a nuestro cuidado, porque en ello veremos a Cristo. Así mantendremos y acrecentaremos las obras que la caridad de la Iglesia que la diócesis lleva adelante con tanto esfuerzo, ajustándolas al perfil que diseña el Santo Padre en su primera carta encíclica. (Pienso en la Cáritas Abancay, el Centro Médico Santa Teresa, El Centro Oftalmológico, los Hogares y los Asilos, los comedores parroquiales…)

Si buscamos la santidad, todos los laicos tendrán alma sacerdotal – sabrán presentar su vida a Dios como ofrenda- y serán apóstoles y misioneros y contagiarán a otros el Amor de Dios, grande y misericordioso. Con ese espíritu afrontaremos el III Congreso Misionero Diocesano a celebrarse en Uripa el próximo año, como una gran oportunidad para poner en marcha la Misión Continental.

Cunanmi, sumacc rimaipi, runasimipi, asllatari maicamusccaiquichis.

Cuyasccay huaucceicuna, paniicuna:

Caru llacctacunamantacai Misamanjamucc-cunatam graciasta ccoiquichis, Obispoiquichispacc Diosmanta mañacucc jamusccaiquichismanta.

Ñoccapaccmañacuichis allin runa canaipacc, santo runa canaipacc; mañacuichis Jesucristo Allin Michiccpa sonccon sonccoyocc canaipacc.

Chainallatacc, mañacuichis sacerdotecunapas allin runa, cusiscca runa, santo runa canancupacc.

Chaina captincca, llapanchismi allin cristiano casunchis; Diospa sumacc huahuancuna, runa masinchispapas allin huauccencuna, allin panincuna casunchis. Cuyanacusunchistaccmi Jesucristopa cuyahuasccanchisman jina.

Iglesiacca Diospa huahuancunapa aillunmi; chairaicum, llapanchis bautizasccacuna “familia diocesana” nisccanchista unanchanchis.

Ccancunapa parroquiaiquichispi, llacctaiquichispim tupasunchis Iglesiaiquichiscunapi, capillaiquichiscunapi, Diosninchista yupaichanapacc, janacc-pacha Mamanchista, santocunatapas yupaichanapacc.

Apu Dios ccancunaman chaninchasccata cutichipusunquichis.

Queridos hermanos –sacerdotes, religiosos/as y fieles laicos: vamos a soñar con la cosecha. Sé que no estoy sólo, que todos ustedes me acompañan con su fe, su esperanza y su amor.

Acudamos de nuevo a nuestra Madre de Cocharcas:

“Salve, oh Virgen de Cocharcas,

Nuestra Reina y nuestro amor,

Bendecid estas comarcas,

Dulce Madre del Señor”

Amén.